Se ha ido esta noche, después de una larga y agotadora batalla contra la más terrible de las enfermedades, Liliana Molin Pradel. Ella habría cumplido 50 años el 2 de agosto, en poco más de diez días.
Con ella no solo se va una parte de la historia de la navegación italiana, sino que también forma parte de todas las personas que han tenido el privilegio de conocerla, de asistirla, de trabajar con ella.
Lily ha luchado durante mucho tiempo. Luchó contra el mal que la devoraba y luchó, tal vez aún más, la situación en la que la enfermedad habría querido relegarla. Situación que mataría la moral de cualquier persona y la alegría de vivir.
De cualquiera, pero no la de ella.
Siempre estuvo tan llena de vida que infectó a todas las personas que la rodeaban con su optimismo. Capaz de convencerte con una sonrisa, siempre se las arregló gentilmente y hacerte hacer cosas que nunca habrías hecho, por nadie más.
La suya fue una brillante carrera que, iniciada en Fiat, ha cruzado el grupo Azimut Benetti con roles cada vez mayores para finalmente llegar a su último desafío, la Marina di Varazze junto a su inseparable amigo y colega Giorgio Casareto
Juntos dieron vida a lo que hoy es una de las joyas de los puertos italianos y que, quizás mejor que cualquier otra cosa, representa mejor la esencia y la vitalidad de Liliana Moin Pradel.
Asì como cuando se levanta un puerto, muy fuerte, frente a la fuerza del mar, Liliana siempre ha defendido sus amistades, sus valores, sus afectos. Casi como si fueran los otros a estàr enfermos y no al revés.
Y con la misma determinación Liliana trabajó hasta hace unos días, como si nada hubiera pasado, derrotando la enfermedad hasta el final y dándonos un último ejemplo de fuerza y belleza que, todos aquellos que, como yo, recordaremos para siempre.
Yéndose, Liliana deja un vacío que es simplemente insalvable.