A Claudio Magazzù le gustan las líneas sinuosas, seductoras, elegantes. Eso es un hecho. Se enamora de las líneas y mientras las dibuja está inmerso en el llamado flow, un estado psicológico en el que ya no existe nada, no existe el tiempo, el lugar, el ruido, solo existe él, su lápiz y su hoja blanca.
Claudio Magazzù, el diseñador, cuando está en este estado coge cualquier cosa que escriba, un lápiz, una pluma y una hoja cualquiera y comienza a dibujar. Así, como si el contacto con la realidad desapareciera, como si su estudio, el histórico, dentro de los astilleros Magazzù, no tuviera ya consistencia.
Se eleva del mundo y mientras tanto dibuja. Ya no siente nada, ya no ve nada sino esas líneas hermosas que, después del paso de su mano, quedan grabadas en la hoja de una manera tan natural como indeleble.
Pero Claudio Magazzù no es solo un diseñador, es «en primer lugar» un ingeniero aeronáutico y por eso sus líneas, las que emergen de este estado de Flow son precisas, puntuales, esenciales, limpias, aerodinámicas, únicas.
Lo conocimos en el salón náutico de Génova y en una tarde mañana de septiembre, en la proa del nuevo MX-16, a pesar de su reticencia, pudimos sacarle una entrevista inusual, más orientada a descubrir al hombre que dibuja estas líneas, más que el resultado, Por cierto, su trabajo creativo.
Lo que siempre nos ha fascinado de las embarcaciones de los astilleros Magazzù es la elegancia atemporal de sus líneas, esa elegancia que aunque cambia, a medida que evolucionan los gustos y las tecnologías, sigue siendo fiel a sí misma. Una alquimia de líneas, materiales y emociones.
Para Claudio Magazzù el design nace de la necesidad de adaptar lo esencial a lo funcional, las tecnologías a las exigencias que tiene el proyecto en ese particular marco histórico. «El lado estético nace en consecuencia, un maxi-rib bien estudiado, bien ideado, bien diseñado será sin duda bonito», nos cuenta.
Lo bello que para él no es simplemente bonito de ver, sino que es lo esencial, lo que resuelve todas las necesidades del cliente, con el menor uso posible de materiales y accesorios.
Y volvemos a las líneas, a la practicidad, nos cuesta hacer hablar a la parte creativa «del ingeniero». Parece que Claudio Magazzù no tiene conciencia de ese hemisferio izquierdo del cerebro, el que mueve su mano sobre la hoja. Insistimos: ¿qué es lo bello para ella? ¿el diseño?
«Vestir un cuerpo imaginario que está oculto en la hoja, vestirlo con el vestido más hermoso.» Responde sin siquiera prestar atención a la importancia de la frase que acaba de pronunciar. «Para luego desvestirlo dejando solo lo necesario» sonríe y añade «Voltaire en el cierre de una carta suya escribió: Te escribo una carta larga porque no tengo tiempo para escribir una breve. Ese es el punto. Lleva mucho tiempo llegar a lo esencial.»
El dibujo en la hoja desaparece, quedan rasgos esenciales como en la retrospectiva de Guernica, atestiguada por las fotografías de la compañera de Pablo Picasso, Dora Maar, expuestas en el museo Reina Sofía de Madrid.
Por lo tanto, es espontáneo preguntar «al ingeniero» Magazzù cuál es la diferencia entre arte y diseño. «El diseño se encuentra con la practicidad, la utilidad, la exigencia del cliente. El arte está en los museos.»
Miramos el M16, el maxi-rib en el que estamos a bordo y, instantáneamente, nos resulta evidente el concepto que acabamos de expresar: la evolución del diseño dictada por la exigencia funcional del walkaround, el tubular en fender, una espuma de poliuretano, que Claudio Magazzù nos explica que es fácil de diseñar y práctico y seguro en la maniobra, por lo tanto, libre de los riesgos de daños a un tubo clásico.
Una demostración más de cómo un único cerebro brillante, que conoce visceralmente toda la cadena de producción, puede procesar simultáneamente belleza e ingeniería, fundiendo ambas en un resultado perfecto.
Una sinapsis de la que Claudio Magazzù casi no se da cuenta, pero que, como es sabido, ha dado origen al concepto mismo de maxi-rib del cual, todavía hoy en día, esta obra representa la quintaesencia.