Nunca he intentado hacer un inventario de cuántos sean, de hecho, las categorías de los que navegan por recreo, y ahora que lo pienso, me doy cuenta de que son verdaderamente un sinfín de temas muy diversos entre sí. De las mismas raíces se levantan dos troncos robustos: la de los velistas y el de los “motoristas” y, a continuación, por cada uno de ellos, que salen ramas infinitas que caracterizan a las diferentes formas de interpretar la navegación o, simplemente, el paso por mar.
Obviamente, cuanto mayor sea el número de pasajeros de cruceros, es decir, aquellos que son dueños de un velero con cabina y con este enfrentan, más o menos, viajes de longitud media, a menudo permanecen en él durante unos días o como máximo durante unas pocas semanas. Este barco tiene sus literas, por lo que casi siempre tiene un cuarto de baño, hay un ángulo para la cocina y, en ausencia de viento, se mueve con la ayuda de un motor, que en los modelos más pequeños es un motor fuera de borda sencillo.
Y es la longitud del casco que condiciona la comodidad de la vida que, a su vez, está condicionada por el presupuesto dedicado a este tipo de inversión.
Otras necesidades tendrán aquellos que han elegido pasar el resto de sus vidas en el mar y por lo tanto confiarán su futuro a la fuerza del casco y la duración del equipo. Y aquí hay que recordar la mítica recomendación Moitessier que aconsejaba de elegir un casco de hierro, ya que afirmó que, en todo el mundo, es fácil encontrar una pieza de chapa metálica y un soplete para la soldadura de cualquier agujero.
Y todavía no ha terminado la ramificación ya que, siempre desde el mismo tronco de los marineros, se ramifican las infinitas ramas de los «derivistas”, que en su mayoría son competidores muy jóvenes; o en ves vemos transitar en la carretera los «trailerables”, que acortan el tiempo de sus rutas y después de un rápido traslado por tierra se dedican con meditada calma a las exploraciones de la costa elegida para sus vacaciones.
Pongo como últimos de la lista, pero con meresidìsimo primer lugar, los intrépidos profesionales de los océanos haciendo frente a los elementos naturales y, al igual que los pilotos de Fórmula 1, se sacrifican para probar tecnologías que luego los comunes mortales van a utilizar para ir de Livorno a Portoferraio o de Lignano a Rovinj.
Si les parecen muchas las categorías de los velista, les garantizo que los de los motoneutas son al menos el triplo, si no más.
Y es la misma jerga, que subdivide el universo infinito de barcos de motor, para confirmar la amplitud de este sector en el que las condiciones actuales son obligatoriamente todos de derivación anglosajona: Fischerman, open, cabin, fly bridge, walkaround etcétera, y que sin querer sonar pedante o purista de la Academia de la Crusca, podrían muy bien ser traducidos y simpaticamente españolizados en: a la pescadora, abierto y libre, cabinado, con el puente volante y caminador.
Cada uno luego con un sinfín de variaciones para la propulsión: fuera de borda, dentro borda y fueradentroborda, que a su vez dan lugar a los dos partidos de los monomotores y los bimotores, además de dividirse en dos sub-corrientes de pensamiento: gasolina o diesel.
Mientras que los dos dialogan con entusiasmo, pienso, sonrío y me consuelo porque si hay un poco de viento, hago con grande satisfacción esa diferencia de velocidad que había desencadenado sus peleas, es decir cinco nudos.
He aquí que vienen fuera dudas atávicas y pongo de nuevo en discusión la premisa es decir: si los dos grandes troncos de la navegación en cuestión tienen las «raíces» en común: si meditas creo que estarán de acuerdo conmigo en que cuando el velista sube a su barco es feliz puesto que ya ha llegado; el motonauta, en cambio, en la misma situación aún no ha comenzado.
Siempre cito a Piero Ottone: «Los que van a motor no aman el mar porque tienen prisa por llegar a otro lugar». Por esta razón, me responsabilizo por haber creado este lema “la vela es pasión, el motor es ostentación».
¿Quién hubiera pensado que incluso los periodistas náuticos no son objetivos?
Sin embargo, en compañía de Piero Ottone, me siento protegido.
A partir de este enfoque diferente descienden los muchos clichés, el más popular es el que «… me gustaría tener un velero … pero no tengo tiempo!» Eso no es cierto, porque los domingos o los sábados de los motonautas son días idénticos a los del velista, y solo es cierto que las millas recorridas por el primero son ciertamente superiores a las que lograrán, tal vez, a recorrer el segundo. Pero según ustedes, ¿quién entre los dos se relajará más?
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Me gustó la nota ?, yo amo navegar, el Río de la Plata. Argentina ??, pero por falta de tiempo y también económico no me animo a comprar un velero ⛵️ y entonces pienso en una lancha ? y no ma convence.