Cuando duermo en rada, y me despierto temprano en la mañana, es uno de mis momentos favoritos. Me gusta despertar lentamente, hacer café y con la tazita caliente, salir a la bañera y abrir los ojos al espectáculo de la naturaleza.
Hoy mismo, mientras subía a cubierta mientras que me encaminana a disfrutar de esta costumbre, miré hacia arriba y vi que la línea de horizonte entre los brazos del Golfo de Santa Manza, por mitad estaba ocupada por un grandísimo objeto flotante donde las formas, quizás debido al sueño, todavía no lograba evaluar.
Luego, lentamente, la conciencia empezó a tomar el relevo y reconocí la forma que ocupaba gran parte del paisaje, era el Superyacht de vela «A» que, sin ofender a los admiradores del magnate ruso, estaba literalmente destruyendo el paisaje con sus líneas.
Un barco que es más como una bota que un velero, el yate en cuestión es, con sus 142 metros de largo, el yate de vela más largo del mundo. Pagado más de 400 millones de dólares, también tiene el récord de los más caros (siempre vela) jamás construido.
Extraño porque si hay una cosa que el dinero suele comprar es la belleza, pero en este caso no puede ser estas las intenciones del armador, porque el yate más grande del mundo, no es ciertamente el más hermoso.
Sin embargo, teniendo suficiente dinero, se puede comprar objetos hermosos. No me siento como Philippe Starck, el diseñador de este barco de vela, pero, personalmente, cuando veo pasar un Perini o un Vitters (solo por nombrar algunos), siempre estoy deslumbrado por la elegancia y la belleza que estos barcos nos suelen dar.
Estoy igualmente impresionado por la capacidad de los diseñadores para hacer lucir agradable y leer embarcaciones de estas medidas. El efecto que más me sorprendente es que, hasta que no te acercas, no se pueden percibir las verdaderas dimensiones.
Con «A» en vez, el efecto, que han querido lograr, es lo contrario, de lejos parece inmediatamente mastodóntico.
Que me perdonen incluso los defensores de la famosa frase que Plutarco atribuye a Julio Cesar «De Gustibus no est et coloribus disputandum», pero, en vista de tanta fealdad, incluso el famoso dicho puede evitar una evaluación posiblemente más objetiva que subjetiva.
No es que los espárragos con mantequilla nos deja indiferentes, pero el regusto que nos deja la vista de este superyate, es más similar a los efectos colaterales del Asparagus officinalis que a su excelente sabor.
Sólo me queda por deber, documentar este encuentro para nuestros lectores, pero apenas termino, vuelvo a mi café en la bañera.
Afortunadamente, se me giro, el Golfo de Santa Manza me da otras bellezas y mi día regresa a ser de color azul …

Luca D'Ambrosio

Editor-in-Chief and Journalist. With more than 30 years spent in the publishing industry and 20 sailing and racing with his boats Luca have a very deep working nautical knowledge.

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